Supercañones gigantescos como edificios: el colosal bluf con el que Hitler creyó que podría aplastar la URSS

27 febrero
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Cualquiera diría que Adolf Hitler tenía un complejo que anhelara compensar... Desde el mismo instante en que sus panzer atravesaron la frontera polaca en 1939, el 'Führer' soñaba con que la industria alemana forjara una extensa lista de superarmas que hicieran estremecerse a sus enemigos en el campo de batalla. Y eso, sin contar con su malsana obsesión por las nuevas tecnologías y la constante evolución. «Toda invención novedosa deprecia el antiguo material y, en la guerra, el mejor soldado es aquel que dispone de los medios técnicos más modernos», afirmó en una ocasión, durante una de sus interminables charlas de sobremesa en su residencia personal.

No hay dedos en la mano para enumerar los ejemplos. Los más sangrantes se sucedieron tras la derrota en la Unión Soviética y los avances rusos desde Stalingrado. A partir de entonces, Hitler apostó por los diseños de artillería autopropulsada de gran calibre –más barata y efectiva que los carros de combate e idónea para la defensa que se avecinaba– y tanques colosales como el Tiger II. Aunque sería injusto decir que esperó hasta doblar la rodilla en el este para dar rienda suelta a su locura armamentística. Y es que, antes ya había ideado los famosos Tiger I –las bestias negras de los Sherman en la IIGM– y arrancado la creación de los cohetes V1.

Idea colosal

De todos los cañones de la Segunda Guerra Mundial, hubo uno que ha pasado a la historia por su espectacularidad y por su capacidad de devastación: el 'Kanone Gustav Gerät de 80 cm.'. Su esbozo comenzó en 1935. Por entonces, a cuatro años de que estallara la contienda, Hitler propuso a Krupp diseñar un arma que pudiera acabar con las posiciones defensivas instaladas por los franceses en la afamada Línea Maginot. Las condiciones eran muy concretas: debía lanzar un proyectil capaz de penetrar un metro de blindaje, siete metros de hormigón armado o treinta metros de tierra compactada.

Se ha extendido que el líder nazi lo encargó pensando en la invasión del país, pero la realidad es que lo que le quitaba el sueño era que la artillería ubicada por los galos en la frontera disparase de forma impune contra Renania.

El personal de la fábrica se puso manos a la obra y presentó un informe en el que proponía forjar una pieza de artillería sobre raíles de un calibre que rondara entre los 70 y los 100 centímetros. El 'Führer', ilusionado, se reunió con Krupp en marzo de 1936 para preguntar si el diseño era viable. Gustav, zorro viejo, respondió que era plausible, aunque no sencillo. Poco más necesitaba el dictador. El industrial adelantó entonces siete millones de marcos para que el proyecto, calificado de alto secreto, comenzase a andar un extenso camino que terminó en el verano de 1940. Casi cuatro años en los que la compañía tuvo que solventar dificultades como que el bloque del cañón pudiera dividirse en cuatro partes para ser transportado de una forma más sencilla o que la recámara soportase las altísimas presiones provocadas tras cada disparo.

El resultado, bautizado como el mandamás de Krupp, era estremecedor. El cañón, cuya boca se extendía casi un metro de ancho, pesaba 1.465 toneladas, medía 12 metros de altura y podía disparar a una distancia máxima de 47 kilómetros. Algo similar sucedía con los proyectiles: alcanzaban los 5.000 kilogramos y estaban cargados con hasta 400 de explosivo. Además, las primeras pruebas, realizadas en Hillersleben y presididas por Adolf Hitler y por el ministro de Armamento, Albert Speer, llamaron al optimismo. En ellas, los jerarcas vieron con asombro que generaba cráteres de 10 metros de ancho y otros tantos de profundidad. Sin embargo, 'Gustav' no llegó a tiempo para la invasión de Francia. A cambio, el 'Führer' planteó utilizarlo contra las defensas de Gibraltar, pero la negativa de Francisco Franco a aliarse con la Alemania nazi impidió su estreno.

Error fatal

En todo caso, no se puede decir que el cañón le saliese caro, pues Krupp decidió regalárselo al Reich para demostrar su compromiso con el esfuerzo de guerra. Así lo atestigua una misiva enviada por el propio Gustav el 24 de julio de 1942: «Mein 'Führer', la gran arma que se ha fabricado con sus directrices ha demostrado su eficacia. […] Es un orgullo para mí y para mi esposa entregársela y le pedimos como un favor que la fábrica Krupp se abstenga de cobrar por este primer producto. Gracias por la confianza depositada en nuestro trabajo y en nosotros».

Lo que no explicó es que aquella pieza de artillería era un auténtico engorro. Los datos hablan por sí solos: necesitaba de 1.500 hombres para ser operativa, debía ser acompañada de defensas antiaéreas para evitar que los aviones enemigos la destruyeran y apenas podía realizar dos disparos a la hora.

Tras el inicio de la 'Operación Barbarroja', la invasión de Rusia, 'Gustav' fue trasladado hasta Sebastopol, uno de los escollos más molestos para el Tercer Reich. Cuando esta urbe se rindió había disparado 48 proyectiles y, aunque Hitler se esforzó en demostrar lo contrario, tan solo uno de cada cinco había dado en el blanco. Por si fuera poco, al terminar tuvo que ser enviado de nuevo a Alemania para una puesta a punto.

Supercañones gigantescos como edificios: el colosal 'bluf' con el que Hitler creyó que podría aplastar la URSS

Ya listo, tanto él como su gemelo, 'Dora', fueron trasladados al Grupo de Ejércitos Norte para participar en el asedio de Leningrado. Se llegaron a excavar posiciones para ellos, pero no fueron utilizados por culpa de un contrataque enemigo. A partir de entonces existe cierta controversia sobre su paradero. Marc Romanych y Martin Rupp (autores de 'World War II. German super-heavy siege guns') son partidarios de que el primero fue destruido y hallado por los aliados cerca de la urbe. A su vez, están convencidos de que su hermano fue dañado por los aviones soviéticos y tuvo que ser llevado hasta Auerswalde, donde fue almacenado y olvidado. Pero existen una infinidad de teorías. Una de ellas es la de David Porter, quien sostiene que los historiadores han cometido un severo error y que 'Dora' fue un apodo cariñoso que los soldados alemanes pusieron al único 'Kanone Gustav Gerät de 80 cm.' construido.

La revolución Skoda

Krupp no fue la única empresa que construyó superarmas para los alemanes. Entre las compañías más reconocidas en la lista de proveedores de Adolf Hitler se hallaba también Skoda. Aunque por obligación, más que por interés. Su turbulenta relación comenzó cuando la Alemania nazi invadió Checoslovaquia en 1939. Las factorías quedaron entonces sometidas a los designios del implacable Reich teutón y de sus fábricas salieron cientos de carros de combate y cañones. A la larga, su labor fue clave para descongestionar la sobrepasada industria del Eje. Hasta el propio 'Führer', escéptico con respecto a los checos, admitió su valía: «Aunque carecen de dotes para la invención […] son trabajadores y aplicados». No se le olvidó señalar, sin embargo, que «en los orígenes de Skoda hay austríacos y alemanes».

Skoda no era novata en el diseño y construcción de material militar. Entre sus especialidades destacaban carros ligeros, pero también morteros autopropulsados que habían demostrado sus capacidades en las batallas más destacadas de la Primera Guerra Mundial. Uno de los más grandes con los que surtieron al Tercer Reich fue el 'Autohaubitze M.17 de 42 cm', el nombre técnico de un obús con solera perfeccionado desde que su primera versión fuera alumbrada en 1917.

Es posible que no tuviera las dimensiones del 'Gustav', pero también es real que fue uno de los más grandes de toda la contienda. Ideado en principio para destruir objetivos navales y reconvertido luego en una pieza de artillería móvil, pesaba cien toneladas y podía disparar a una distancia de más de 14 kilómetros. Un pequeño gigante que prometía causar el pánico entre sus enemigos.

Como los cañones ferroviarios, los morteros Skoda fueron asignados al Undécimo Ejército alemán. Su destino: Sebastopol, la mayor fortaleza soviética en el este. Y, al igual que el 'Gustav', su actuación fue muy discreta. Aunque dispararon casi dos centenares de proyectiles no lograron destruir ninguna de las fortificaciones permanentes de los rusos. Tras la caída de la ciudad, y más por convicción de los mandos que por la utilidad que habían demostrado, fueron enviados al frente de Leningrado. La lógica dictaba que su poder destructivo podría doblegar la resistencia, pero su llegada fue el balde. La falta de precisión y los continuos ataques soviéticos hicieron que fuesen utilizados como mera artillería de apoyo. Otro gran fiasco.

No tuvieron mejor suerte los morteros autopropulsados conocidos con el nombre de 'Karl'. Los cañones, en sus dos versiones (la 'Mörser Gerät 040' y la 'Mörser Gerät 041'), se cuentan hoy entre las piezas de artillería con mayor tamaño de toda la Segunda Guerra Mundial. Pero, una vez más, sus cinco metros de altura no sirvieron de nada. En Sebastopol dispararon contra la posición mejor protegida, la batería de costa del fuerte Maxim Gorkii, sin provocar ningún daño severo a sus operadores. En 1942 varias unidades fueron enviadas a Leningrado, pero ni siquiera pudieron ser armadas. Las dificultades a la hora de emplazarlas y los contrataques soviéticos hicieron que ni siquiera pudieran acercarse a la urbe. Algo parecido sucedió en Stalingrado.

Fuente: www.abc.es

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